Boletín de AIEPBA. Año IX - Nº 84. Buenos Aires. Diciembre 1999/ Enero 2000.
En un tiempo que marca comienzos, una reflexión sobre el rol de la escuela en la cultura posmoderna.
Soy educadora. Formadora de futuros docentes y capacitadora de docentes en ejercicio.
Soy madre. De un muchachito que transita la adolescencia y de dos, que la recuerdan no tan lejana.
Siempre, desde esos roles me preocupó y me sigue preocupando, la escuela que le ofrecemos a nuestros jóvenes.
En lo que brindan los docentes con los que interactúo, en lo que recibieron y reciben mis hijos, y en lo que yo, todos los días, comparto en mis clases de nivel terciario, y soy capaz de provocar.
EDUCAR es transmitir y desarrollar.
La etimología en un peligroso equilibrio.
¿Qué transmitimos?
¿Cómo ayudamos a desarrollar potencialidades?
Quizás éste sea el desafío de la escuela en el nuevo milenio.
Para encontrar las respuestas, quizás sería conveniente recordar las características de la época actual.
La Posmodernidad; un tiempo en que la sociedad y la cultura que la caracteriza, adquieren particularidades que se distinguen claramente de la época moderna.
Los tiempos pasados
La modernidad se caracterizó por ideas como progreso, futuro, cimentados en los conocimientos que brindaban las ciencias, consagrada por sus promesas de llegar a la verdad y lograr un mundo mejor; los hombres se unían en proyectos, producto de los grandes ideales universales que predominaban, que los llevaría al progreso compartido.
Las relaciones entre los hombres, se apoyaba en una ética universal fundada racionalmente, superadora de las culturas y creencias particulares de los grupos humanos.
“Libertad, igualdad, fraternidad”, valores estandartes de la Revolución francesa, germinaron en el mundo, propiciando la igualdad entre los hombres, con oportunidades para todos.
La vida cotidiana, aún la laboral, era apacible, sin grandes sobresaltos, pues los cambios se producían paulatinamente, y los hombres tenían tiempo para adaptarse y procesarlos. Era la época de las utopías: la verdad se alcanzaría, impulsada por la ciencia, y la felicidad se lograría en el camino hacia ese fin compartido.
Época de grandes ideales, en la búsqueda de valores absolutos universales.
La escuela, en este contexto, era el lugar en el que se depositaba la esperanza de la sociedad: Formar a las nuevas generaciones; prepararla para el mañana, instrumentar a niños y jóvenes con las herramientas para ingresar a la sociedad capacitados para ocupar con éxito puestos de trabajo en el mundo laboral.
La función de la escuela estuvo signada por esa palabra “futuro”.
En esa demanda, la sociedad tenía una gran confianza en la escuela, que era el centro del saber en el que las generaciones jóvenes se formaban para ese futuro; donde se formaba el espíritu en la búsqueda del saber; con educación el niño, el joven más tarde, se preparaba para progresar hacia ese venturoso porvenir que lo esperaba para recibirlo lleno de conocimientos.
Una escuela desinteresada, donde se igualaba en las oportunidades que se brindaba.
Una escuela dogmática, con una fe inquebrantable en los aportes de las ciencias
La escuela funcionaba de esa manera: muchos conocimientos para estar preparados para una sociedad que no cambiaba demasiado. Aún en lo tecnológico, si bien se producían adelantos, no eran cambios vertiginosos; la línea de trabajo “tayloriana”, necesitaba obreros o conductores, capacitados para determinados puestos de trabajo.
Los tiempos actuales
Estamos en la era posmoderna, donde todo parece haberse dado vuelta.
Es difícil pensar en un futuro en un marco de tranquilidad.
No existen valores absolutos.
El conocimiento que brindan las ciencias es provisorio, sólo sirve para hoy.
El cambio es permanente.
La tecnología nos invade y nos sorprende casi a diario con sus adelantos, aún a aquellos que creemos estar preparados.
En la vida cotidiana, a los que tenemos algunos añitos en nuestra mochila de viaje, esto se acentúa cada vez más. Nos levantamos y apareció un nuevo aparato que suplanta al que hasta ayer nos solucionaba las tareas cotidianas, familiares y laborales.
Las desigualdades sociales separan cada vez más a los hombres, a tal punto que el individualismo llevado al extremo del egoísmo, sería el signo de estos tiempos.
La cultura del presente; algo del pasado en el reciclaje que es moda; todo es funcional. El utilitarismo llevado al extremo de estructurar las relaciones entre los hombres en torno a lo bueno, que es lo que da placer, lo que es bello, lo que es fácil, lo que es rápido, lo que produce confort.
La comunicación utiliza predominantemente canales visuales, donde la imagen adquiere una valor especial. La exaltación del cuerpo sobre el espíritu; lo que se ve o se hace, sobre lo que se piensa.
El tener sobre el ser; el valor del dinero engarzado con el poder, que todo lo puede, porque todo es comprable o vendible.
Nuestro recorrido no concluye, porque cada uno de nosotros podría enriquecer mucho más el listado.
En medio de todo esto...
¿Cuál es el rol de la escuela actual?
¿Qué rol desempeñamos los docentes?
La escuela del próximo milenio
Me compartir algunas ideas, que sólo tiene la intención de abrir un intercambio que lo imagino inacabado.
A mí me pasa bastante a menudo, -quizás a Ud. también- el tener que “reciclarme” -utilizando un término posmoderno- ante mis alumnos o mis hijos.
¿Pero hasta donde podemos operar esta transformación?
¿No sería importante que cada uno de nosotros, adultos, revisáramos esos valores “perdidos” - no se dónde ni por quién-, para tratar de rescatar aquellos que consideramos rescatables, e integrarlos sin negar la realidad?
¿Por qué la escuela sigue haciendo culto a lo permanente, cuando afuera todo cambia?
¿Por qué nuestros jóvenes no son atraídos por la búsqueda del saber, por el esfuerzo?
¿Por qué no acopiar los cambios propuestos por la ciencia y la tecnología, llevándolos a nuestro hacer cotidiano en las escuelas?
¿Por qué no recuperar los valores -como igualdad, libertad, fraternidad-, sostenidos por la modernidad, integrándolos a los adelantos que nos brindan las investigaciones y sus resultados?
¿Por qué no empezar a pensar como profesionales, formados en el conocimiento de las variables -psíquicas, sociales, instrumentales, que desarrolla magníficamente en su libro Marta Souto- que conforman el acto pedagógico?
¿Por qué no empezar a utilizar ese conocimiento en la construcción de una escuela nueva, con profesionales puestos al servicio de formar en la diversidad?
HOY, TODOS RESPONDEMOS...
Porque la escuela nueva, esa que le debemos a nuestros jóvenes, es un desafío que debemos abordar entre todos los que conformamos la sociedad, empezando por aquellos que tienen la responsabilidad de las decisiones políticas, demandándoles compromiso en su función, y nosotros, los docentes, preparándonos como profesionales para darle a la escuela, el lugar que le corresponde en la sociedad.
Lic. Cristina Hemilse Masip
Prof. Normal y Especial en Ciencias de la Educación.
Asesora pedagógica institucional
E-mail: licmasip@hotmail.com
Bibliografía recomendada:
Obiols, G y Obiols, S.: “Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria” Kapelusz, Bs. As. 1995
Souto, Marta: “Hacia una didáctica de lo grupal”. Miño y Dávila. Bs. As. 1993
Asesora pedagógica institucional
E-mail: licmasip@hotmail.com
Bibliografía recomendada:
Obiols, G y Obiols, S.: “Adolescencia, posmodernidad y escuela secundaria” Kapelusz, Bs. As. 1995
Souto, Marta: “Hacia una didáctica de lo grupal”. Miño y Dávila. Bs. As. 1993
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