Boletín de AIEPBA. Año IX - Nº 83. Buenos Aires. Noviembre de 1999.
Terminar con todo aquello que genera seguridad, no es fácil. Esto se acentúa cuando nos referimos a adolescentes. Desde este espacio, intentamos una reflexión sobre las conductas “no esperadas”-¿o esperadas?- en los alumnos que finalizan sus estudios.
Comenzamos a sentir en las escuelas los avatares del término del período escolar.
En los docentes se percibe la fatiga de un año que no fue fácil por la sobreexigencia a nivel profesional, que significó la transformación educativa que se impulsó en nuestra provincia.
Los alumnos quizás vivieron este tránsito sin demasiados sobresaltos, por el compromiso asumido desde la conducción, institucional y didáctica, para dar vida -idear, ejecutar, evaluar, ajustar- proyectos institucionales de calidad. Pero, también en ellos se percibe la inquietud de la finalización de las clases.
Pero...¿Qué pasa con los que terminan el nivel?... “Los de quinto”.
Todos los años, en esta época, en las salas de profesores, en los pasillos, y cada vez que nos encontramos los docentes, surgen los comentarios respecto al comportamiento de “los chicos de quinto”.
“No estudian”, “Llegan tarde”, “Están en otra... el viaje de egresados, la fiesta de fin de año, planificación de despedidas” “Se la pasan organizando encuentros futuros, vacaciones juntos”, “Están muy agresivos, se pelean por cualquier cosa, discuten con los profesores”, son algunos de los comentarios que suelen escucharse.
A veces estas situaciones alteran el proceso de aprendizaje, obligando a los docentes a alternar entre la paciencia, la permisividad, el sentido común o el límite autoritario. También es cierto que muchas veces quedan en el recinto del aula, de la clase, provocando un dominio y ejercicio de la creatividad didáctica, para “tratar de engancharlos”.
Pero no faltan las circunstancias en las que directivos, docentes, alumnos, y a veces los padres, se ven involucrados en situaciones verdaderamente graves.
¿Qué les pasa?...
¿Qué les pasa?, nos preguntamos permanentemente, deseando que llegue fin de año, porque la situación se vuelve a veces insostenible.
Simplemente -¿Simplemente?- están transitando por un momento muy especial: La elaboración del duelo generado por el final que se aproxima.
Y aunque no hayan conformado un verdadero grupo, aunque haya subgrupos dentro de la clase, la situación que viven, de alejamiento, de muerte del grupo, de separación física de la institución en la que crecieron y se desarrollaron como personas, dejando todo lo que hasta este momento significó contención, afectividad, los conmociona y desestructura.
Niveles de análisis
Para interpretar los comportamientos que a veces se presentan como “desajustados”, es conveniente abordar el análisis desde dos niveles: el nivel manifiesto y el nivel latente.
Si nos ubicamos en un de nivel de análisis no manifiesto de estos comportamientos, -en absoluto desconectado, desestructurado, del manifiesto-, subyacen ansiedades depresivas y confusionales. Tristeza, depresión, y conductas destructivas, que parecen hacer resurgir -y a veces imaginar- todo lo malo. Que no les permiten ver más que los aspectos negativos de cada situación que se presenta; separando lo que a su juicio es malo, no pudiendo integrar todos los aspectos -buenos o no- que configuran toda situación y que dan vida a cualquier grupo humano.
El no poder ver la realidad estructurada, se debe a una negación de la situación de cierre que los jóvenes están viviendo, y que los lleva a ejercer conductas que muestran esta visión de escisión y polarización que los domina.
En el nivel manifiesto, el de las conductas que a simple vista se observan, la situación de despedida que van a vivir, -no solo de sus compañeros, también de las personas con las que a diario conviven; la separación física de los lugares que cotidianamente transitan-, puede provocar conductas de idealización que se manifiestan en la eternización del grupo, o de desvalorización, de destrucción y críticas hacia todo lo que los rodea.
Si bien no se puede generalizar en el comportamiento humano individual o grupal, podemos enunciar algunas conductas visibles que pueden darse. En el primero de los casos, la idealización del grupo los puede llevar a “Llegar a fin de año siendo los mejores”, “El mejor quinto que tuvo el colegio”, “Vamos a dejar un recuerdo de nuestro paso, por eso vamos a organizar....”, o, siempre negando el final que se aproxima, prolongando la vida del grupo más allá de la finalización del año, “Nos vamos a encontrar todos los días del estudiante”, “La mayoría vamos a estudiar juntos en ....”
Pero, si bien estas serían respuestas al duelo que transitan que podríamos catalogar de “sanas”, también pueden aparecer conductas de destrucción hacia todo lo que significó algo importante en sus vidas... sus compañeros, sus docentes, los materiales -pizarrón, bancos, ventanas, cesto de papeles, etc-. Y acá los comportamientos a veces suelen ser muy lamentables y terminar en sanciones que hacen peligrar la promoción.
Toda esta ejemplificación, como los comentarios de los docentes que señalé al iniciar esta nota, son algunos de los estereotipos grupales que lejos de ser simples anécdotas, son manifestaciones de las ansiedades señaladas, profundas, instaladas en los sujetos a nivel individual y grupal
¿Cómo los ayudamos?
En la búsqueda de una explicación a estos comportamientos, a veces nos vemos reflexionando desde lo institucional, polarizando el análisis en las normas de convivencia, en la propuesta institucional y didáctica, en la necesidad de organizar proyectos que conciten su interés, o tal vez planificando acciones de orientación vocacional, poniendo el acento en las dificultades de elección de carreras.
Pero ¿Qué es lo que en realidad necesitan?
Necesitan eso y mucho más.
Necesitan que los ayudemos a elaborar el duelo que transitan.
Sobretodo necesitan que los ayudemos a “ver claro”.
A comprender y analizar el momento que viven; exteriorizando sus miedos, sus tristezas, sus broncas, sus desacuerdos y acuerdos.
A tener un lugar donde los aprendizajes sean de tipo actitudinal.
A rescatar los aspectos positivos y los negativos de las situaciones que se viven, integrándolas en una totalidad con sentido.
Necesitan aprender a interpretar duelos y a ver los comportamientos que pueden surgir a partir de las ansiedades que provocan las pérdidas.
Necesitan saber que es esperado estar triste, llorar, gritar. Pero también, de un espacio para descargar esas ansiedades poniéndolas en palabras; entendiendo que estos comportamientos no son destructivos si se hacen en el contexto adecuado.
Sólo una buena elaboración de esta situación de pérdida, les permitirá insertarse en otras instituciones y grupos de una manera sana, llevándose con ellos al salir de la escuela, el aprendizaje que les significó transitar en ella.
Y nosotros, los adultos, los docentes que estamos todos los días compartiendo sus días, tenemos la responsabilidad, una vez más, de ayudarlos a superar este momento doloroso, traumático, en la vida de nuestro adolescentes.
En definitiva, tememos la simple tarea de ayudarlos a crecer.
Lic. Cristina Hemilse Masip
Prof. Normal y Especial en Ciencias de la Educación.
Asesora pedagógica institucional
E-mail: licmasip@hotmail.com
Terminar con todo aquello que genera seguridad, no es fácil. Esto se acentúa cuando nos referimos a adolescentes. Desde este espacio, intentamos una reflexión sobre las conductas “no esperadas”-¿o esperadas?- en los alumnos que finalizan sus estudios.
Comenzamos a sentir en las escuelas los avatares del término del período escolar.
En los docentes se percibe la fatiga de un año que no fue fácil por la sobreexigencia a nivel profesional, que significó la transformación educativa que se impulsó en nuestra provincia.
Los alumnos quizás vivieron este tránsito sin demasiados sobresaltos, por el compromiso asumido desde la conducción, institucional y didáctica, para dar vida -idear, ejecutar, evaluar, ajustar- proyectos institucionales de calidad. Pero, también en ellos se percibe la inquietud de la finalización de las clases.
Pero...¿Qué pasa con los que terminan el nivel?... “Los de quinto”.
Todos los años, en esta época, en las salas de profesores, en los pasillos, y cada vez que nos encontramos los docentes, surgen los comentarios respecto al comportamiento de “los chicos de quinto”.
“No estudian”, “Llegan tarde”, “Están en otra... el viaje de egresados, la fiesta de fin de año, planificación de despedidas” “Se la pasan organizando encuentros futuros, vacaciones juntos”, “Están muy agresivos, se pelean por cualquier cosa, discuten con los profesores”, son algunos de los comentarios que suelen escucharse.
A veces estas situaciones alteran el proceso de aprendizaje, obligando a los docentes a alternar entre la paciencia, la permisividad, el sentido común o el límite autoritario. También es cierto que muchas veces quedan en el recinto del aula, de la clase, provocando un dominio y ejercicio de la creatividad didáctica, para “tratar de engancharlos”.
Pero no faltan las circunstancias en las que directivos, docentes, alumnos, y a veces los padres, se ven involucrados en situaciones verdaderamente graves.
¿Qué les pasa?...
¿Qué les pasa?, nos preguntamos permanentemente, deseando que llegue fin de año, porque la situación se vuelve a veces insostenible.
Simplemente -¿Simplemente?- están transitando por un momento muy especial: La elaboración del duelo generado por el final que se aproxima.
Y aunque no hayan conformado un verdadero grupo, aunque haya subgrupos dentro de la clase, la situación que viven, de alejamiento, de muerte del grupo, de separación física de la institución en la que crecieron y se desarrollaron como personas, dejando todo lo que hasta este momento significó contención, afectividad, los conmociona y desestructura.
Niveles de análisis
Para interpretar los comportamientos que a veces se presentan como “desajustados”, es conveniente abordar el análisis desde dos niveles: el nivel manifiesto y el nivel latente.
Si nos ubicamos en un de nivel de análisis no manifiesto de estos comportamientos, -en absoluto desconectado, desestructurado, del manifiesto-, subyacen ansiedades depresivas y confusionales. Tristeza, depresión, y conductas destructivas, que parecen hacer resurgir -y a veces imaginar- todo lo malo. Que no les permiten ver más que los aspectos negativos de cada situación que se presenta; separando lo que a su juicio es malo, no pudiendo integrar todos los aspectos -buenos o no- que configuran toda situación y que dan vida a cualquier grupo humano.
El no poder ver la realidad estructurada, se debe a una negación de la situación de cierre que los jóvenes están viviendo, y que los lleva a ejercer conductas que muestran esta visión de escisión y polarización que los domina.
En el nivel manifiesto, el de las conductas que a simple vista se observan, la situación de despedida que van a vivir, -no solo de sus compañeros, también de las personas con las que a diario conviven; la separación física de los lugares que cotidianamente transitan-, puede provocar conductas de idealización que se manifiestan en la eternización del grupo, o de desvalorización, de destrucción y críticas hacia todo lo que los rodea.
Si bien no se puede generalizar en el comportamiento humano individual o grupal, podemos enunciar algunas conductas visibles que pueden darse. En el primero de los casos, la idealización del grupo los puede llevar a “Llegar a fin de año siendo los mejores”, “El mejor quinto que tuvo el colegio”, “Vamos a dejar un recuerdo de nuestro paso, por eso vamos a organizar....”, o, siempre negando el final que se aproxima, prolongando la vida del grupo más allá de la finalización del año, “Nos vamos a encontrar todos los días del estudiante”, “La mayoría vamos a estudiar juntos en ....”
Pero, si bien estas serían respuestas al duelo que transitan que podríamos catalogar de “sanas”, también pueden aparecer conductas de destrucción hacia todo lo que significó algo importante en sus vidas... sus compañeros, sus docentes, los materiales -pizarrón, bancos, ventanas, cesto de papeles, etc-. Y acá los comportamientos a veces suelen ser muy lamentables y terminar en sanciones que hacen peligrar la promoción.
Toda esta ejemplificación, como los comentarios de los docentes que señalé al iniciar esta nota, son algunos de los estereotipos grupales que lejos de ser simples anécdotas, son manifestaciones de las ansiedades señaladas, profundas, instaladas en los sujetos a nivel individual y grupal
¿Cómo los ayudamos?
En la búsqueda de una explicación a estos comportamientos, a veces nos vemos reflexionando desde lo institucional, polarizando el análisis en las normas de convivencia, en la propuesta institucional y didáctica, en la necesidad de organizar proyectos que conciten su interés, o tal vez planificando acciones de orientación vocacional, poniendo el acento en las dificultades de elección de carreras.
Pero ¿Qué es lo que en realidad necesitan?
Necesitan eso y mucho más.
Necesitan que los ayudemos a elaborar el duelo que transitan.
Sobretodo necesitan que los ayudemos a “ver claro”.
A comprender y analizar el momento que viven; exteriorizando sus miedos, sus tristezas, sus broncas, sus desacuerdos y acuerdos.
A tener un lugar donde los aprendizajes sean de tipo actitudinal.
A rescatar los aspectos positivos y los negativos de las situaciones que se viven, integrándolas en una totalidad con sentido.
Necesitan aprender a interpretar duelos y a ver los comportamientos que pueden surgir a partir de las ansiedades que provocan las pérdidas.
Necesitan saber que es esperado estar triste, llorar, gritar. Pero también, de un espacio para descargar esas ansiedades poniéndolas en palabras; entendiendo que estos comportamientos no son destructivos si se hacen en el contexto adecuado.
Sólo una buena elaboración de esta situación de pérdida, les permitirá insertarse en otras instituciones y grupos de una manera sana, llevándose con ellos al salir de la escuela, el aprendizaje que les significó transitar en ella.
Y nosotros, los adultos, los docentes que estamos todos los días compartiendo sus días, tenemos la responsabilidad, una vez más, de ayudarlos a superar este momento doloroso, traumático, en la vida de nuestro adolescentes.
En definitiva, tememos la simple tarea de ayudarlos a crecer.
Lic. Cristina Hemilse Masip
Prof. Normal y Especial en Ciencias de la Educación.
Asesora pedagógica institucional
E-mail: licmasip@hotmail.com
Muy buen artículo! Especial para esta época del año, en la cual los docentes necesitamos un aliento de energía extra para apoyar a los que comenzaron este año, y en especial, para los que terminan.
ResponderEliminarMuy motivante, sin duda lo compartiré con mis colegas. Muchos estamos necesitando leerlo. Gracias!